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viernes, 10 de julio de 2009

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UNA TORRE DE BABEL ARMENIA

Hace alrededor de cien años que cierta clase de armenidad mantiene un mismo enfoque, un mismo argumento referente a lo ocurrido con nuestros padres y abuelos durante el genocidio perpetrado por los turcos, lo cual me parece justo ya que es imposible olvidar, como borrar una herida que sigue sangrando.

La misma está desgastando nuestra energía positiva haciéndonos olvidar quienes somos en realidad los sobrevivientes de las diásporas y que patria pretendemos o, qué elegiríamos si es que tuviésemos elección. Se me hace que una patria en el exilio con muchos matices diferentes, interferencias de toda índole, resentimientos que aún vibran bajo nuestra piel de impotencia, no sería el camino que nos convendría a todos. A menos… a menos que descubramos un antídoto que nos cure el alma de impurezas generacionales que fueron acumulándose día tras día, así, durante casi cinco mil años. Me peguntaría si sería posible procurarnos una patria en remojo, figurativamente claro, paralela a la Oriental reconocida en la actualidad por Armenia, libre e independiente.

El dilema sería dónde figuraría y quién la comandaría… puesto que nos sobran generales y ningún recluta. Si las fronteras de Armenia Oriental, supuestamente, se abrieran con las de Turquía y la

otra hermana Azerbaidjan, nosotros los de las diásporas, ¿qué papel nos tocaría? ¿En qué teatro de variedades actuaríamos? Es posible que los hechos nos conviertan en turistas con cierta inclinación sentimental, cierto toque nostálgico, pero nada más, estaríamos igualmente condenados al extranjerismo amén de los tiempos.

¿Conocemos acaso las consecuencias de nuestras pretensiones con la hermana Turquía? ¿Nos devolvería acaso a nuestros padres y abuelos masacrados? ¿Nos reconocería como descendientes directos de ciudadanos turcos? ¿Nos indemnizarían por nuestros lindos ojos? Me pregunto: qué futuro estamos elaborando si no sabemos encarar lo esencial: purgarnos de la envidia, del desprecio y el resentimiento.

Apenas somos concientes de que somos deliberadamente ciudadanos del exilio y que nuestras raíces no están, ni nunca estuvieron en Erepuní, sino a miles de mundos, tradiciones y costumbres más lejos y, que nuestra Armenia es prácticamente inexistente salvo en nuestra perseverante e inviolable fantasía; la misma se perdió en la lejanía del tiempo. Incluso nuestra lengua difiere al del idioma estatal de la lejana Armenia Oriental. Somos armenios muy diferentes los unos y los otros y nuestro único parentesco radica en la desigualdad.

Si esa diferencia lograra convertirse en nosotros el sostén de nuestra meta común y cada cual entendiera que su deber es la de hermanarse con los demás, tendríamos una idea distinta de nuestra postura de navegantes de la incertidumbre como pueblo. Lo que se hizo hasta ahora fue mucho, pero es ínfimo con lo que nos queda por hacer. Tan solo fuimos golpeando el acero en frío con un machete de madera.

Algunos hermanos apuestan a que, hacer prevalecer el idioma es trascendental, otros piensan que lo primordial es hacer reverdecer nuestra fe religiosa y a otros les apasionan la política,pero más allá de todo; más allá de todo, es necesario tener un objetivo común consolidado en la solidaridad, en la comprensión, en el perdón, en la tolerancia, en el respeto, en la hermandad, en el amor y en la búsqueda de un futuro promisorio en forma conjunta.

Tengamos en cuenta que el dinero no ennoblece a las personas, más bien los desenmascara.Se acordarán de aquella leyenda de la Torre de Babel, pues bien, si seguimos pretendiendo alcanzar el cielo sin observar las reales necesidades de nuestra comunidad, temo que en la medida que nuestra torre vaya arañando la séptima nube celeste, nos cause aquello de la confusión Bíblica.

Por lo pronto, en cada interpretación que ejercemos con los de la vereda de enfrente, hallamos varias intencionalidades y, si seguimos en ese rumbo y a la deriva de las lógicas, nuestra intolerancia habrá de ser total.

Rupén Berberian

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